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"A la hora de avanzar"

  • Foto del escritor: Mirian Milillo
    Mirian Milillo
  • 11 nov 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 24 ene


En un momento de mi vida, me dediqué a dar apoyo escolar. Ser maestra, haberme recibido, da garantías de que puedo enseñar y, de hecho, primero tuve que aprender.


¿Cómo me volví maestra con tantas dificultades de aprendizaje en mi niñez?

Ya les contaré.


Una niña comenzó a asistir a las clases particulares.

Lo primero que miro de un alumno es: “su cartuchera”.

La niña estaba desesperada porque le dé una consigna en el pizarrón (a su altura) y comenzar a trabajar.


Di una consigna sencilla y noté dificultades, por ejemplo, en el abecedario.

Le propuse que trabajáramos algunas letras, sobre una hoja blanca, con una lapicera, en efecto, la niña no las escribía y alternaba el orden de las letras del abecedario.

Luego le dije: ahora probemos con lápices de colores (eso es lo que quiero ver en una cartuchera). Escribí en una hoja tres letras diferentes, cada una con un color diferente, la di vuelta y le pregunté si recordaba que letras había escrito y que color tenia cada una. Efectivamente, la niña recordaba las letras por sus colores.


Aprendemos también por “correspondencia”, (emparejamientos).

No podemos pretender que un niño/a memorice y repita como un loro lo que “pretendemos que aprenda”.


Lo que yo como educador quiero enseñar, ¿es lo que el alumno necesita aprender?

Luego me di cuenta de que se exigía mucho, pues se cuestionaba su inteligencia, y en el aula, querían sacarla del grupo y trasladarla a un aula especial o particular para niños con dificultades. Desacelerarla era la misión, porque aprender aprendía, pero a su paso.


Ella se exigía mostrar que sabía y eso le impedía dar lo mejor de sí y como consecuencia, cometer muchos errores.


Otro caso que quiero mencionar, el de una maestra sombra que, angustiada, pregunta en un foro de padres de niños con autismo, qué hacer para que el niño sujete de una vez el lápiz, y luego explica que en realidad, era el deseo de la maestra titular del aula, la que le exige a ella que ya el niño “debe avanzar y saber sujetar el lápiz”.


Mi primer grado fue un caos, no había hecho el prescolar, aparecí en una escuela a medio año por una mudanza y cambio de escuela, no participaba en clase, no interactuaba y esto, era visto como “problema de conducta”. Como no le respondía a la maestra, me mandaba al rincón, a mirar a la pared, y estaba allí, no sé por cuanto tiempo mientras todos seguían la clase.


Este tipo de “modalidad de enseñanza” no solo se sostuvo en el tiempo sino, que lamentablemente aún sucede que, en vez del educador, “observar y velar” por ver qué necesita el alumno, crea el exitismo personal de: “yo enseño bien”, “es él, o ella quien no aprende”.


Esto me llevó a repetir el primer grado y tener muchos colorados en el boletín, no llegaba con lo pedido, no cumplía las consignas, no tenía la interacción social requerida y merecía volver a hacer el primer grado ( era un castigo en realidad).


Mi siguiente maestra, la señorita Patricia, utilizó otros métodos conmigo, su afecto y dedicación, hicieron que tuviera avance, la puedo recordar porque fue significativa para mí, ya no más castigos por no ir al tiempo que los demás, me incluía en sus clases, me pedía ayuda y colaboración en el aula, no me tenía como un bicho raro, así fueron las dos siguientes maestras hasta tercer grado (Señorita Lidia, Señorita Angelita), y allí en tercer grado, empecé a leer en voz alta y hablar fluido.


Cuando un educador, comprenda que “el aprendizaje es evolutivo, no cronológico”, descubrirá lo que María Montessori descubrió tras pasar horas de inmersión, observando a niños dejados de lados en una institución para niños que era considerados” ineducables”.


Aún existe ese sesgo, aún hay personas que no creen en los niños con dificultades, mi propia madre no creía en mí y me desproveyó con su negligencia de todo lo que necesitaba para avanzar, incluso los cuidados primarios en el hogar, pero por más que esto duela a los padres y cuidadores, usted no puede, (le sugiero), hacer que su hijo/a deje de asistir a un lugar (institución), por los errores de otros. Yo misma como maestra también he cometido errores, pero siempre se puede desaprender.


Si usted debe viajar hasta la estación (por ejemplo) Singapore, no dejará a su hijo/a sentado en 5 estaciones antes diciéndole: “quédate aquí, no transitará las 5 estaciones que faltan, iremos allí y luego vendremos por ti, no podrás venir con nosotros hasta Singapore.

Usted le llevará, le dejará ir por cada estación así así el tren demore, así pierda su equipaje, su boleto, así pase lo que pase, “no le bajará del tren hasta llegar”, porque el “proceso” del viaje, es lo que no le evitará.


Hay quienes abandonan en la primera estación, lo viví en carne propia y luego de tantas luchas y dificultades, no me volví educadora porque no tengo nada que hacer, porque no me haya costado o porque quiero enseñar lo que me dicta un diseño curricular o un sistema, siempre quise comprobar que, “si hay alguien, al menos una persona que pueda creer en un niño/a ese mismo podrá avanzar”.


¿Puede usted creer por su niño/a?, ¿puede llevarlo a pesar de los que sea que deba traspasar por las estaciones y no dejarle en el camino, aunque otros le digan que lo más sano sería que no vaya?


Hagámoslo por ellos, no por nosotros, no hay más que comprobar que, “ellos valen y que a su tiempo alcanzarán lo que puedan alcanzar, no lo que se dice que deban alcanzar”.


Irene Milillo

Educadora en el espectro TEA.

 
 
 

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