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“Silencio NUNCA”

  • Foto del escritor: Mirian Milillo
    Mirian Milillo
  • 7 nov 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 24 ene


La princesa Jazmín, en la película Aladdin de Disney, canta una canción, luego de que, en varias oportunidades no se le permitía hablar, opinar, contar su apreciación por ser mujer, por ser una princesa, vista como frágil, hábil para ciertas cosas y nada más.

Cuando recordé varios episodios de mi vida, me vino a la cabeza esta canción.

No se necesita ser princesa ni vivir en Disney para darnos cuenta del derecho que se tiene para hablar.


Cuando estaba realmente mal, cuando no tenía fuerzas para hacer ni lo mínimo, tenía un entorno que me decía: “obstinada”, hasta que varios años después, supe que ellos eran hostiles y eso proyectaban en mí.

Decía: "me siento mal", "no tengo ganas ni fuerzas" y todo era atribuido a: o depresión o a nerviosismo.

Caí enferma.

Entré en un lapso, primero de tres meses de colitis crónica, luego otra etapa más de seis meses más.

Levanté la voz y dije:" basta, no doy más".


Para ese entonces, estaba intentando culminar mi carrera como docente y estaba haciendo mi residencia, pero la directora del jardín donde la realizaba, me obligó a abandonar por el deterioro de mi salud, por mi delgadez (49-50 kg) y porque decía que los niños me iban a quebrar de lo delgada que estaba.


Tuve que dejar el vínculo con la excelente maestra que me había tocado, dejar a los niños con los cuales, ya había desarrollado afecto y me iba bien, para pasar a estar internada.

Me hicieron toda clase de estudios invasivos, me dijeron que debían estudiarme para celiaquía, que debían ver si era viral y luego de todos esos estudios, me preguntan con respeto si podían realizarme el estudio para HIV, o sea para ver si era SIDA.


Lógicamente me deje realizar el estudio.

Los estudios no arrojaban nada en particular y yo seguía enferma.

Estaba pálida y sin fuerzas, con frío y calambres viajando al baño como podía.


Como concluyeron que no encontraron nada, me dieron medicamentos y me mandaron a mi casa.

Estuve internada en el Sanatorio La Trinidad de Quilmes Bs. As.


Como no estaba conforme con esto y ya había perdido mi posibilidad de recibirme, me dirigí al Hospital Udaondo de Gastroenterología en Bs. As.

Allí, claramente entré por guardia y de ese modo logré que me hicieran estudios.

En esta oportunidad hicieron exactamente lo que se debía hacer: la dieta para ver si efectivamente era o no celíaca, pero…para ese entonces solo descubrieron un pólipo que me llevó a perder años más tarde la vesícula.


Todo quedó inconcluso, no continúe la dieta por lo costosa que era y dejé de tomar todos los medicamentos que me mandaron y me declaré: "que pase lo que sea"…

Así tuve que caminar con varias angustias, varios reclamos y pesares. Parecía que no tenía motivo suficiente para sentirme mal, ya cada vez que atravesaba una prueba, que yo no me las buscaba, el entorno estaba descontento.


Hoy sé, y creo que varias de esas pruebas eran más para descubrir qué había en sus corazones, que para pulirme a mí.


Lo más grave no fue esa enfermedad y lo mal que lo pasé, sino lo que decían de mí.

Fui a visitar a un pariente, me lo contó y quedé helada.

Así fue como me fui alejando de mi entorno y comencé a ganar salud.

A nadie se le ocurrió pensar que esto tuviera que ver con Autismo, porque además de que poco saben, incluso personal de salud física y mental, hay una segmentación, y sólo se debe ocupar de ello, personas especializadas en discapacitados.


Así fue como el deterioro de mi salud, no tenía progresos. Concluyó todo en, más adelante, una depresión y no solo eso, más adelante la primera pérdida de unos de mis tres embarazos perdidos.


La pregunta es ¿por qué no podía estar mal con todo lo que me pasaba?, porque si buscaba ayuda y procuraba estar mejor recibía acusaciones de:” se nota que sos una persona que no se deja ayudar”


Seguí cargando una cruz muy pesada y aislándome de todos, no por una colitis, claro está, sino porque cuando uno está mal, mayormente es el mismo entorno el que más te puede dañar y afectar.


Es así, habrá quienes prefieran no hablarlo y ponerle una sábana arriba y hacer de cuenta que no pasa nada, pero volviendo a la princesa Jazmín, ¿por qué callar?, porque otros así lo quieren?, ¿por que es mejor para ellos para no tener que conocerse realmente y tener que hacerse cargo?

Tiempo después, fui yo misma la que investigó por dos años el Autismos, la que busco información y le rogaba a Dios respuestas hasta que di con los profesionales adecuados que lo certificaron.


Me rendí muchas veces y varias personas con las que mi marido se quejaba de mí, le decían: “DIVORCIATE”, entre ellas “3 pastores”.

Uno de ellos, cuando yo le escribía y le pedía para hablar, me respondía:” vení el domingo y hablamos". Bueno, yo lo necesitaba ese día, pero parece que Dios solo trabajaba el domingo.

Dejé de ir a la iglesia y seguía bajando de peso, esta vez relacionado con la vesícula y la dieta estricta que tuve que hacer.


En mi casa, le pedía a mi familia que, si me ayudaba, yo saldría, pero se iban y me quedaba sola. Así estuve en esa casa, 9 meses, casi saliendo a lo mínimo: llevar y buscar a los chicos a su escuela.

Recibí todo tipo de acusaciones, muy duras y muy tristes.

Termine en un agotamiento mental varias veces, al que hoy sé que se le llama” Síndrome de Burnout”.


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Tenía derecho de estar mal, pero no me era permitido, tenía derecho de llorar, pero cansaba, tenía derecho de reclamar, pero solo era una mala persona o una mujer muy complicada.


Saber de mi autismo, no resolvió problemas, pero me ayuda a que no caiga en la culpabilidad por nacer con una condición que yo no elegí tener y que mis padres decidieron no hacer nada, sabiendo.


Silencio nunca, esperan que enmudezca, pero yo, voy a hablar y contar porque a diferencia de otras personas, las injusticias salen a la luz tarde o temprano y aunque no está en mis manos su juicio, “no me voy a callar”.




 
 
 

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