"Voy a contarte algo muy duro"…
- Mirian Milillo
- 16 sept 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 24 ene
Me crié en una familia muy particular. La violencia comenzaba ni bien levantarme hasta acostarme y desde muy pequeña.
Por muchos años, hay muchas, pero muchas cosas que no podía hacer. Estaba limitada por lo que hoy a esta edad, ya sé porque es, pero no lo sabía, aunque lo escuché varias veces nombrar.
Tenía dificultades de aprendizaje, dificultades cognitivas y sufrí negligencias de todo tipo en mano de dos adultos abandónicos e irresponsables, pues sabiendo de estas situaciones, prefirieron hacer un acuerdo: "de eso no se habla", y de eso no se hicieron cargo.
La escuela me hizo repetir el primer grado, pero ya contaré más sobre esta etapa, no faltará oportunidad...
Pasaron los años y empecé a hablar y hacer otras cosas que no podía.
Para cuando empecé a hablar, querían que me calle.
“No me digas”, “no me cuentes”, “hablas mucho”, “ufa siempre contando cosas tristes” …
Busque la forma de que me escuchen, pero se hastiaban fácilmente: amigos, maestros, vecinos, pero sobre todo parientes.
Para cuando ya mi vida no daba para más, encima me echan de mi casa, sin nada y llena de golpes y moretones, (y no te preguntes: ¿por qué? porque no ha sido nada que yo haya hecho). Pude escapar llena de dolores y me refugié en una casa, allí me hicieron dormir y al otro día me pidieron que me vaya, me estaban buscando y corría peligro.
Fui hasta la casa de una amiga, de una iglesia que de muy niña concurría. Ella me recorrió con los ojos todos los golpes, cada moretón, me vio en el estado que quedé y lloró.
De allí hay mucho por contar que nunca hago porque me duele la gente que me juzga sin saber todo por lo que pasé y sin ver lo que avancé.
Pasaron los años y yo necesitaba sanar. Quería contar lo vivido, las pesadillas, como una familia me adoptó del corazón, me mandaban a la escuela y mil cosas más, pero a nadie parecía interesarle.
Comencé a llorar todo el tiempo, en cualquier lugar, y mi papá del corazón (que no sabe realmente lo que significa para mí), estaba junto a su esposa en un sitio público, ella me recostó sobre sus piernas y él le dijo: “dejala llorar todo lo que necesite”.
Ella, si escuchaba que yo lloraba, se subía a mi cama, en su casa, y se quedaba mientras yo lloraba.
Una vez más en el camino, a alguien le interesó escuchar.
Pasé de allí a varias familias más y en cada casa hubo una experiencia.
En otra se hastiaban, se burlaban, me querían callar y decían que solo me hacía la víctima. Tuve que sufrir sus burlas porque yo no quería dormir con la luz apagada, burlas porque si me escuchaban hablar, se abrazaban y decían: "vamos a decirle pobrecita" y eso ahondaba mi dolor.
Para ese entonces no sabía defenderme, solo me iba y lloraba en algún rincón, de hecho mis refugios solían ser las plazas, me sentaba debajo de algún árbol y creía que Dios si me escuchaba por eso entre medio de lágrimas, le contaba mis desgracias y lo mucho que yo me cría el problema, a donde quiera que iba.
Hoy se de sobra, que muchos se proyectaron en mí, que ellos no podían reconocer que tenían errores y lugares oscuros que ocultar, pero al lado mío, se sentían obligados a disfrazarse.
Me callé tanto que caí en una profunda depresión siendo tan joven.
Pasaron muchas cosas que quizá algún día cuente y comencé a conocer más gente que quería que me callara: “ufa, vos y tu casa me tenés podrida”, se me dijo en un grupo de una iglesia, en donde se suponía debíamos amarnos y comprendernos, pero hoy se que estas personas tenían pesar, yo les caía mal, evidentemente por mi autenticidad, literalidad y falta de filtros para hablar.
Cuando escucho a alguien que no valida lo que a otro le pasa, me duele, veo que en muchos ámbitos no se quiere escuchar el dolor del otro. Sin ir más lejos, en un video que se hizo viral en las redes sociales actualmente, el joven confiesa a su padre que se quería morir, y su padre lo hizo callar literalmente, se ve en el video que no lo dejó hablar más.
No se puede silenciar a los niños, jóvenes, adolescente o ancianos porque no nos guste lo que tienen para decir.
Callar ahonda cada vez más el dolor.
¿Qué tiene que pasar para que un padre se compadezca del dolor de su hijo, que sufre en silencio y solo les cuenta a sus amigos porque en su casa no lo quieren ni ver???
Así, fue como aprendí que todos los que querían que yo cambiara, era porque ellos “no estaban dispuestos a modificarse”.
Aprendí del video de la entrevista al Psiquiatra Boris Cyrulnick, que no hace bien callarse, que no se le puede pedir a una persona que se calle y no me cuente.
Aún hay personas que no me quieren escuchar, pero tranquilos, les doy el gusto y no les hablo.
Lo que duele es cuando te dicen:” No, no digas eso”, “no es así”. Si, para mi es así, para mí se siente así y que me lo niegues, no me ayuda.
Se, creo y vivo una fe, no una religión, en la que Dios está dispuesto a escuchar cualquier cosa que yo le diga porque le interesa, porque me valida, porque me envió personas en el camino para ayudarme a sanar, a contar los golpes, cada herida, a señalar dónde estaban y llorar cuando así necesité, y necesito hacerlo, pero, aquellos que me quieren hacer callar, me voy y lloro en otro sitio porque ha sido muy duro, muy difícil y no me quedé sin avanzar, ni justifique mis dolores, simplemente me respeto, me doy mis tiempos, si es necesario salgo de escena, por así decir.
“No me importa te dicen algunos”, “que pesada”, “no paras de hablar”. Si supieron lo mucho que callé y las ricas experiencias que se pierden de escuchar y de todo lo que aprendí.
Estoy acá para quien quiera hablar y sé escuchar, pero con la mente y el alma, no con los oídos nada más.

Gracias. Viví cosas muy parecidas. Entiendo cada frase que escribiste. También soy TEA.